Tener expectativas
Es bueno tener expectativas, pero no demasiadas sobre todo cuando son relacionadas con otros, al igual que la buena suerte, crear circunstancias para que se cumplan es mejor que esperar que por arte de magia los otros cumplan con lo que nosotros esperamos de ellos.
Si nuestras expectativas son muy altas, esperamos demasiado y se nos olvida que cada uno carga con una historia familiar y personal, lo que para unos es valiosos para otros no, lo que para algunos son altas expectativas, para otros simplemente es un hallazgo.
Cuando nuestras expectativas son demasiado bajas, cualquier cosa nos es bien recibida y puede parecer que no tenemos nada que dar al otro, que todo nos es bien recibido, se establecen dependencias, porque nosotros no tomamos partido es el otro que el que esta siempre dando y dirigiendo. Esto vale para cualquier relacion, en la pareja, con los hijos, en cualquier escenario de relaciones humanas.
Pero ¿Dónde esta el equilibrio?, expectativas ni muy altas, ni muy bajas, lo mejor que exista reciprocidad, dar y recibir y la relacion fluira en los dos sentidos.
Mantener expectativas positivas sobre algo equivale a sentirnos ilusionados, anticipando el desenlace satisfactorio de una situación. Si ésta se concreta de la forma en que esperábamos, perfecto, porque hemos disfrutado doblemente: antes, gracias a la ilusión, y después, cuando se produce aquello que habíamos previsto.
El peligro viene cuando pecamos de un “exceso de optimismo”, aunque sería más correcto llamarlo irreflexión. El impulso nos lleva a depositar nuestra esperanza en una situación (o en una persona, tal vez) y ésta no concuerda con lo que nosotros imaginábamos. Así es como llegamos a la decepción.
Por supuesto que es preferible ser optimista, pero como reza un conocido dicho: “Hay que esperar lo mejor y prepararse para lo peor.”
El optimismo es una actitud sana e inteligente, mucho más que el pesimismo. Algunos pensarán que es mejor tener malas o nulas expectativas sobre algo. Así, cuando lo bueno llega, nos alegra muchísimo, porque se trata de una alegría con la que no contábamos. Esta actitud puede ser inteligente en circunstancias determinadas, pero extenderla a todo aquello que nos rodea es nocivo para nuestro bienestar.
Necesitamos tener ilusiones y esperanzas para vivir mejor, para seguir luchando. El pesimismo puede aniquilarlas e impedir que alcancemos alegrías y logros muy valiosos.
Por eso, hay que remitir nuestras expectativas a la razón. Hagámoslo en nuestro beneficio.
En el caso de que se trate de expectativas negativas, que lo sean después de haber sopesado seriamente aquello que tenemos en contra. Si se trata de expectativas positivas, lo mismo. Dejarse llevar por la euforia, sin analizar los aspectos de la situación es nefasto y más cuando se trata de un proyecto importante.
Razonando sobre aquello en lo que depositamos nuestra esperanza podemos equivocarnos o no, pero las probabilidades de acertar son siempre más altas que si sólo nos llevamos por el impulso.
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